El sentido de los impuestos (I) – El IVA

Alguna vez te has planteado si tienen sentido los impuestos? O mejor, dicho, cuál es el sentido de los impuestos? Yo sí. Todos los días. Bueno, tampoco exageremos, pero sí que es un tema que recurrentemente invade mis pensamientos, porque soy de los que piensan que todos los impuestos tienen su sentido. En realidad, para mí, casi todos. Todavía existe alguno que no entiendo porqué existe, y sin embargo sigue ahí.

Ayer mismo, estando de fiesta, después de cenar, con un cubata en la mano, hablaba de esto con una chica belga. Tampoco acabo de entender cómo llegamos hasta aquí, o qué es lo que hizo ese cubata para que nuestra conversación se torciera por estas lides . Lo primero que nos viene a la mente es que es obvio que son necesarios, para que el estado pueda acometer inversiones que reviertan en el bienestar de todos los moradores o usuarios del país: carreteras, hospitales, colegios, y un sinfín de cosas. Pero lo que realmente hay que plantearse es cuál es el sentido de cada impuesto, uno a uno, analizándolos por separado, ya que creo que no podemos tratar de la misma manera el sentido del IVA que el sentido del IRPF. He estado revisando mis apuntes del máster que hice hace un tiempo, donde acometimos el estudio de varios impuestos. Me voy a ceñir a esos, porque es cierto que son los más comunes.

El IVA es un impuesto que grava sobre la ganancia obtenida por el empresario por los productos comprados o fabricados y posteriormente vendidos

El impuesto sobre el valor añadido es un impuesto que nos cayó con la entrada de España en la unión europea en 1986, o como se llamaba por aquel entonces, la Comunidad Económica Europea. La realidad es que viendo su sentido, no me explico antes de su existencia de qué vivía el estado. Vamos a intentar meternos en un lío de números con el ejemplo que presento.

Cuando un zapatero compra unos zapatos que le cuestan 100€+iva (al 21%), tiene que pagarle a su proveedor 121€, desglosados en 100€ correspondientes a los zapatos, y 21 correspondientes al IVA. Si posteriormente los vende por 150€+iva (al 21% también), el comprador de esos zapatos le pagará al zapatero 181,50€, desglosados en 150€ por los zapatos y 31,50€ correspondientes al IVA. Al final, lo que el zapatero debe de liquidar con el estado en concepto de la compra-venta de esos zapatos es lo que él ha recaudado en concepto de IVA por la venta, es decir, 31,50€, menos lo que él pagó en concepto de IVA cuando los compró, que fueron 21€. O sea, que ha de pagarle al estado 10,50€

Si lo pensamos de otra forma, el zapatero, con la venta de esos zapatos, gana exactamente 50€, que es la diferencia de su precio de venta sin IVA (150€) con el de compra (100€). Una sencilla operación matemática, que aplique el tipo de IVA (21%) al margen del zapatero (50€), nos arroja una cantidad de 10,50€, que es misteriosamente lo que el zapatero debe liquidar en concepto de IVA al estado. Es decir, resumiendo, que el IVA grava, como su propio nombre indica, sobre el valor añadido o ganancia que cada tendero le aplica a sus productos. ¿Es justo entonces este impuesto? Yo pienso que sí, pues solamente se paga si realmente se consigue una ganancia sobre los productos vendidos. Y ya que has ganado dinero y te has lucrado, zapatero mío, pues comparte parte de ese dinero con todos, no?

El IVA es un impuesto neutro para las empresas, y en consecuencia, su impacto debería ser mínimo

Si profundizamos un poco más en el funcionamiento del IVA, nos daremos cuenta que el empresario, el que se dedica a comprar o fabricar cosas y luego venderlas, no es más que un recaudador de IVA, que a él no le cuesta dinero, y que luego tiene que liquidar al estado ese IVA recaudado, puesto que es un dinero que no es suyo. Siempre he dicho que es un mal gestor el que se queja de que cuando le toca pagar el IVA, no tiene dinero. Eso es que ha hecho mal sus previsiones de tesorería. Otra cosa es plantearse porqué es el empresario el que tiene que realizar las funciones de recaudador de IVA, y no el propio estado, pero como digo, ese es otro tema. Entonces, si al empresario no le cuesta nada el IVA, quién es el que realmente lo soporta? Pues obviamente, todos los consumidores finales, no los empresarios que compran y venden productos, sino que solamente los usuarios finales, que solo compran, es decir, la gente corriente.

Una vez admitido que es necesario que el IVA exista, podemos discutir si los tipos de IVA vigentes son correctos. Es lícito que el estado se lleve un 21% de todas las ventas o transacciones comerciales que se producen? Ya les gustaría a la mayoría de empresarios tener ese margen comercial en sus productos. Y aún más, es lícito que existan distintos tipos de IVA en función del tipo de producto que se vende? Porque los zapatos de antes están gravados al 21% (general), pero el pan (o productos de primera necesidad) tiene un tipo del 5% (superreducido), y si vas a un restaurante, el tipo que te aplican por comer es del 10% (eso si no te tomas un cubata, que aparte de que lleva otros impuestos, el tipo de IVA es al 21%). Para mí, se da una paradoja que no acabo de solucionar, como la del gato de schrödinger, pues veo justo que, por ejemplo, alimentos de primera necesidad o medicamentos graven solamente al 5%, pero veo injusto que para los empresarios que los venden, sus productos solamente tengan una fiscalidad el 5%, mientras que para el zapatero de antes, la suya es del 21%. Eso es partir con desventaja si eres zapateo.

El IVA en los libros de texto de la educación no debería existir, al menos en su etapa obligatoria

Y un caso para mi más doloroso es el IVA en la educación, o más exáctamente, en la cultura. Y cuidado que aquí me puedo ganar muchos enemigos. El tipo de IVA en la cultura fluctúa entre el general, reducido y el superreducido, básicamente en función del color del gobierno de turno. Si es de color azul, la tendencia es entre el general y el reducido, más hacia el general, y si es rojo, la tendencia es entre el reducido y el superreducido, más hacia este último. Respecto de la educación, no olvidemos que hasta los 16 años es obligatoria, es decir, que los niños menores de 16 años sí o sí deber ir al cole, y por lo tanto, comprar el material escolar (vamos a ceñirnos solamente a los libros). No es injusto que esos libros vayan gravados con IVA, y me da igual el tipo? O sea, el gobierno te obliga a escolarizar a tus hijos, y además a que compres unos libros por los que al menos le estás pagando a él, al estado, el 4%, 10% o 21% en concepto de IVA? No debería usted, señor estado, liberar a esos libros del IVA? O vayamos un poquito más allá, no debería usted “regalar” esos libros, ya que me está usted obligando a la escolarización? Y para finalizar, si hablamos del IVA del resto de libros en general, o del cine, o del teatro, porqué no se gravan con el tipo general? Alguien que escribe una novela o un relato, lo que quiere es ganar dinero con su producto, que no nos equivoquemos, no es de primera necesidad. Por qué este señor parte con ventaja fiscal respecto de, por ejemplo, el zapatero que viene acompañándonos todo este post?

En resumen, que yo sí que le encuentro sentido al IVA, pero hay ciertos matices que entiendo que son totalmente discutibles y con perspectivas que pueden llegar a ser hasta antagónicas. Siempre he pensado que si en vez de existir tres tipos de IVA, hubiese uno solo, que rondase el 10%, todos, absolutamente todos, pagaríamos todo con IVA y no intentaríamos ahorrárnoslo a la primera oportunidad. Creo que el tipo genérico es demasiado alto, y la existencia de los tipos reducido y superreducido son ventajosas para quienes tienen la oportunidad de aplicárselos. No nos equivoquemos, pero tanto el que vende el pan, como el que vende un menú, como nuestro zapatero protagonista, todos, absolutamente todos, ganan dinero con su negocio, y por lo tanto, deberían tributar en igualdad de condiciones