Aventuras del coworking. A Beniatjar en bici

Venían avisando toda la semana: vos banyareu… Mirabas el parte meteorológico el lunes, y ponía que el domingo llovía. Hablé con Jorge, y decidimos que qué narices, un chubasquero nos solucionaría el problema. También reconozco cierto optimismo pensando en que Picazo nos haría el favor de mover sus influencias y cambiar el pronóstico para ese domingo … Mirabas el martes, y lo mateix: lluvia. Miércoles, jueves viernes … en fin, que con esa espada de Damocles sobre nosotros, decidimos no cancelar y seguir con nuestros planes. Ya habíamos movilizado a demasiada gente como para echarnos atrás.

El que piensa, pierde

Así, decididos a arriesgar, y que pensando que el ser que todo lo controla nos echaría un cable a última hora, el sábado quedamos en el punt de trobada. Tampoco demasiado tarde, sobre las 10.30. Me adelanté como media hora. No encontré el maravilloso carril bici que iba por el otro lado de la ronda y tuve que compartir el tráfico con todo el mundo, pero bueno, había sitio para todos. Esperando a Jorgetzu, y como tenía tiempo, decidí realizar mis ejercicios de propiocepción para ver si llevo mis maltrechas rodillas a una estabilidad mejor, hasta que pensé: cuidado, a ver si te detienen por hacer el tonto en la calle.

Al ratito, Jorge apareció y emprendimos la marcha. El primer tramo hasta Albal yo lo conocía bastante, por lo que obviamos el gps. Debe ser el que se conocerá seguramente como “camino del colesterol de los pueblos” o algo así (Massanassa, Catarroja. Albal …). Mucha, demasiada gente nos tocó esquivar, pero vaya, el mundo es de todos y hay que compartirlo.

Ya en Albal, comenzó la ruta que teníamos “ploteada”. Realmente, no teníamos nada ploteado, ya que las nuevas tecnologías disfrazadas de google ayudan mucho, muchísimo, y cuando al maps le dices que vas que aquí a allá en bici, es tan listo que casi siempre (el porqué del casi queda detallado más adelante) adivina una ruta bastante aceptable. No se cómo adivinó que llevábamos bicicleta de montaña, porque como te metas por donde nos marcó con una de carretera en más de un lío acabarás

Fuimos consumiendo pueblos a la par que kilómetros, muchas veces paralelos a la vía del tren. Es divertido saludarle cuando te cruzas con él, y él te devuelve el saludo con un pitido jajaja. El problema que te surge en este tipo de rutas, es que cuando entras a un pueblo por un camino de naranjos, arrozales, del colesterol, vecinal o como leches se llame, a veces no sabes en qué pueblo te encuentras, pues obvio, no aparece señalizado. Aún así, por intuición, más o menos se adivinaban. Después de Silla tiene que venir Sollana, luego ya tiramos hacia el sur-oeste hacia toda la Ribera del Xúquer y La Costera: Algemesí, Alzira, Carcaixent, La Pobla Llarga, Manuel, L’Ènova, Genovés y l’Alboi y la Cova Negra.

Empezamos por los arrozales de la Albufera, para acabar con los cítricos. Es curioso, pero como muchos agricultores abandonan sus cosechas entiendo por falta de rentabilidad, muchos campos de naranjas tenías sus frutos, que resultaban deliciosos. Taronjes furtades de l’horta. Por tres o cuatro que me llevé, tampoco creo que nadie se enoje jejeje. Total, las iban a tirar… Muchas veces el camino sugerido por Google coincidía con vías clásicas que a todos nos suenan: a veces por un gr ese de marcas rojas y blancas, también por la ruta del cid muy bien balizada, la vía Augusta, también bien señalizada, e incluso a veces con unas curiosas flechas amarillas que deben ser restos de alguna carrera popular. Por toda la Ribera, y hasta la Xopà de l’Alboi la ruta se marcó por este tipo de vías.

Ojo con lo que se sueña, que a veces se consigue

Javier Pérez

Una vez en la Xopà es donde comenzaron los pocos problemas que tuvimos con google. Para empezar, el paso desde Genovés a Bellús siguiendo la vía del tren y el río Albaida, google no lo conoce, pues nunca nos lo marcó. Menos mal que alguna vez ya habíamos estado por allí escalando y haciendo la vía ferrata de l’Aventador, porque ese paso es de lo más bonito de la ruta. El la Xopà decidimos tomarnos un ya merecido refrigerio: unas patatitas bravas, olivetes, tramussos, cacaos y después de una pequeña confusión con los regentes del bareto, algo de bebida. Había dos o tres mesas de unas diez personas cada una que se estaban poniendo hasta arriba de comida. Menuda envidia. A nosotros todavía nos quedaba lo más duro de la excursión (todos los metros de desnivel acumulado prácticamente desde ese punto hasta el objetivo), y la gran cagada de google, que por supuesto, en ese momento, desconocíamos.

Una vez salimos del cañón (si se le puede llamar así) del río Albaida hacia Bellús, había que cruzar el río para pasar al otro lado. Justo en Bellús, aparece majestuosa la presa, por donde podíamos haber pasado, camino de Benigánim y proseguir nuestra ruta. Google decidió que no debía ser así, y nos mandó hacia la cola del embassament, a ver si nadando éramos capaces de cruzar. Hombre, google, si hay que hacerlo, se hace, pero, ¿era necesario? Ya que no nos llovió el sábado, ¿teníamos que mojarnos en el embalse?

Tras meternos en un lío interesantísimo, por supuesto sin ningún tipo de pista forestal o algo parecido a senda o camino, rezando para no pinchar, estando en la zona inundable del embalse (gracias a que estaba sin agua, aunque me vino a la cabeza aquellos chavales a los que google envió hace unos años también a un pantano allá por La Serena, pero este con agua, y que desgraciadamente alguno se quedó allí), decidimos deshacer nuestros pasos y tirar, mal aconsejados otra vez por google, hacia el oeste por Alfarrasí-Montaverner, para girar dirección este y volver a encontrar nuestra ruta. En este momento es cuando nos dimos realmente cuenta lo benévolo que había sido el viento con nosotros, empujándonos desde el principio de la ruta, pero ahora impidiéndonos avanzar con comodidad los últimos kilómetros, precisamente donde la carretera empezaba a empinarse

En el mundo, no hay tanta suerte para todos. Supongo que aquella noche, yo gasté la ración de algún otro

Anatoly Bukreev

Sin muchas incidencias más, llegamos a Beni, a casa de la tieta, donde nos esperaban para un chocoloatito con buñuelos hechos por mi prima. La tarde la rematamos con una partida de cartas, por cierto muy igualada. Al día siguiente, para la vuelta, la idea era deshacer el camino hecho a la ida, pero con esas malditas previsiones meteorológicas que finalmente se cumplieron (Picazo no movió sus influencias), tuvimos que abortar. Menos mal que, previsores nosotros, teníamos un plan B que pasaba por volver en tren.

Al despertar, como era previsible, estaba lloviendo, como se dice por aquí, “en coneixement”, pero lo suficiente como para plantear imposible la vuelta en bici. Las cargamos en el coche de mi prima y nos dejó en la estación de La Pobla del Duc. Agarramos el tren, con transbordo en Xàtiva, y vuelta. Aún así, nos quedaba a Jorge y a mi, ya por separado, llegar a nuestras respectivas casas. Y hay que recordar que íbamos en bici y llovía. Yo dudé si irme en metro, pero como era poco tiempo, el metro me constaría por lo menos otra horita entre transbordos y rollos, me calcé la ropa de bici, y unos tres cuartos de horita más tarde, y algo mojadito, aunque menos de lo que me esperaba arribé a mi casita, en un fin de semana espectacular.