En un coworking tienes tiempo para muchas cosas. Además de trabajar y ganarte la vida, siempre puedes hacer vida social con el resto de coworkers y lanzarte a aventuras compartidas. Al fin y al cabo, se trata de compartir vivencias, como en el propio coworking
En un fin de semana próximo al verano, dos compañeros del despacho y un servidor decidimos emprender una ruta interesantísima en bici. Personalmente, la bicicleta me encanta, y cuando decides realizar alguna ruta que te aporte algo más de las habituales, el fin de semana suele ser redondo. Si además la compañía es buena, el resultado es cinco estrellas
Llevábamos Jorge, uno de los arquitectos del coworking, y yo mismo planeando esta ruta durante varios meses. Falso, habíamos planeado otra ruta, pero a última hora, tuvimos que inventarnos planes B, C y hasta D. Y si me apuras, creo que finalmente fue el plan E el que resultó. No hay nada como trabajar en equipo y aunar esfuerzos para que las cosas funcionen
La idea era irse en bici a La Sènia a ver a Berbis, que ya hace muchos años que emigró allí. Salida en viernes, dormir a medio camino, al día siguiente llegar a La Sènia, y el domingo, vuelta hasta Torreblanca para tomar un tren que nos llevase hasta nuestro punto de partida. Yo se lo había dicho y redicho varias veces: dos meses antes, un mes antes … pero Berbis es Berbis y el miércoles, justamente dos días antes de partir, tumbó nuestros planes. Resulta que había organizado una comida con su familia precisamente el día que llegábamos, y claro, no resultaba demasiado inteligente hacer coincidir ambos eventos. Tampoco ayudó que Ximo, el delineante de la oficina, nos mantuviese en un mar de dudas hasta dos días antes, aunque bien es cierto que tenía una causa justificadísima.
Yo, viéndome la mosca detrás de la oreja, decidí activar los planes B, C, D y E, obviamente, cada uno de ellos a medida que iban cayéndose los anteriores. Técnicas aprendidas en la oficina, donde compartes muchos de estos ejercicios con el resto de coworkers. El plan B consistía en subir a Jaraguas, donde Toñet, el ingeniero del coworking, también tiene casa. Este plan se me cayó enseguida. Ese fin de semana Toño no tenía intención de subir a Jaraguas. Ni en bici, ni en coche, ni en moto. Y la batería del patinete no le daba para tan lejos. Proseguimos con el plan C. Este suponía subir a Barracas, dormir allí, y volver al día siguiente, pero entonces Ximo estuvo al quite y comentó que él tenía casa en Jérica, por lo que esa era otra opción. Por diversos motivos logísticos, Jérica tampoco pudo ser. Y siguió siendo Barracas nuestra meta.
A mí se me ocurrió entonces avisar a Quique, nuestro coworker especialista en riesgos laborales. Nunca había ciclado con Quique, pero por lo que me decía que ciclaba él, lo veía perfectamente ensamblado con nosotros. Con Quique se me encendió otra bombilla (ya no sé si la D o la E). Él tenía casa en Los Olmos, relativamente cerca de Barracas, por lo que el objetivo pasó a ser en vez de Barracas, Los Olmos. Así que, finalmente, llegado el día, decidimos poner rumbo a Los Olmos, a unos 110km de nuestra partida, y unos 1.600 metros de desnivel acumulado, es decir, muchos kilómetros en longitud, y muchos metros en altitud
El sábado nos pusimos en marcha. Yo había recibido la noche anterior la llamada de Ximo donde me informaba que un presunto virus estomacal había invadido su cuerpo y el de su hija, por lo que dependiendo de cómo se levantara al día siguiente, vendría o abandonaría. Ganó lo segundo, así que finalmente, y con una baja, Jorge, Quique y yo nos pusimos en marcha. Recordemos que de tantos planes, al final la idea era subir a Los Olmos
La parte inicial hasta Bétera yo la conozco bastante bien. Una serie de pistas sin asfaltar y muy llevaderas hacen el camino agradable. De Bétera partimos hacia Marines confiando en la visual. Chulito de mí, como siempre, me equivoqué, y casi acabamos en Lliria. Menos mal que a esa capacidad que tengo de equivocarme de camino (punto negativo), acompaño la capacidad de darme cuenta bastante pronto que me he equivocado (punto positivo). Retrocedimos un poquito, y gracias a San Google encontramos rápidamente un atajo que nos dejó en Marines. Incidencia solventada. Parada y fonda, y a reemprender la marcha hasta la siguiente meta volante: Alcublas
Alcublas tiene un puertecito interesante para llegar hasta ella. Son solamente unos cinco kilómetros, pero un puerto de montaña siempre es un puerto de montaña, y cinco kilómetros de subida a un desnivel medio del 6%, pues pican, así que íbamos algo más despacio de lo que yo había calculado. La verdad es que daba algo de vértigo ver a los ciclistas de carretera bajando a unos 70km/hora, que cuando se te cruzaban, el ruido que hacían sus máquinas era digno de ser escuchado.
Cuando llegamos a Alcublas, era ya prácticamente la hora de comer, así que encontramos la fuente de turno, rodeada eso sí de columpios de chiquillos, y después de echar a aquella pareja que ocupaba el único banco que había a la sombra, comimos. Cafetito, y a reemprender la marcha.
Hasta Alcublas, salvo el puertecito previo, la ruta, no es que fuese plana, pero vaya, el desnivel no era significativo. Llegamos bastante enteros de piernas, pero a partir de Alcublas, la cosa se ponía seria ya, y además, algo machacados por el puertecito previo a Alcublas.
A partir de aquí llegaron otros actores, o mejor dicho uno: la crema solar, que la dividimos en dos, una la aftersun, y otra la beforesun. Pues bien, no teníamos ni una ni otra. Bravo, chavales. Conseguimos quemarnos bastante bien, pues el sol era de justicia. Menos mal que al menos el calor no apretaba, pero las marcas de culote y maillot ahí se han quedado.
Desde Alcublas nuestra siguiente parada iba a ser Bejís/Torás/Teresa. Google maps pintaba la ruta de una manera curiosa: al principio la carreterita más o menos recta, y a mitad camino, unas curvas muy sinuosas que ya despertaron en mí lo que finalmente sucedió: veremos la pista forestal por la que nos mete google. Efectivamente, mis sospechas de confirmaron. La pista empezó a romperse de tal forma que a veces daba apuro no poner pie a tierra, y a todo esto, Quique iba con una bicicleta híbrida. Y la bajada, una bajada muy interesante por un barranco, fue imposible disfrutarla. Pero bueno, es lo que hay cuando te metes por pistas forestales. Si lo quieres fácil, métete por asfalto y a correr.
Justo al salir del barranco, encontramos a un pastor bien resguardadito a la sombra, cuando cruzamos el río Palancia. Qué gusto dio en ese momento respirar la humedad que generaba el río!
Desde ahí, la siguiente meta era Barracas. Aquello empezó a complicarse, las carreteras a romperse y a empinarse, e hicieron muy duro ese tramo. Hubo un momento que creí que Quique nos mataba. Al final de un repecho demasiado duro, nos paramos al menos media hora a reponer algo de fuerzas. Quedaban unos 9 km a Barracas, ya llaneando, pero también ya cansados. Justo antes de llegar, todavía nos saludó un rebaño de ovejas que ocupaban toda la calzada y que, por supuesto, dejaron llena de conguitos
En Barracas dijimos basta. Ya teníamos bastante para ese día. Los Olmos se quedaron para otra ocasión. Pedimos alojamiento y allí nos quedamos. No en vano, se jugaba la final de la champions…
Al día siguiente, tocaba volver a nuestro punto de partida. La ruta de bajada, siendo conocedor del palizón que nos habíamos metido el día anterior, la pinté muy facilita: bajaríamos por la vía verde o vía minera de Ojos Negros, que al discurrir por el antiguo trazado del tren que unía las minas de carbón de Ojos Negros, con Puerto de Sagunto, para cuando en Puerto de Sagunto existían altos hornos, pues era bastante cómodo y prácticamente siempre en bajada el camino.
Es un camino perfectamente acondicionado para ciclar, muy bien señalizado, y muy aconsejable. Los listos, los que quieren disfrutarla de verdad, suelen subir en tren hasta el pueblo de Barracas, para bajar a tumba abierta hasta donde les venga en gana, así que después de un buen desayuno en el hostal que nos dio cobijo, cargamos nuestras pertenencias y nos dispusimos a marchar
Nuestra primera parada teníamos previsto fuera en Caudiel. Coincidió que era la feria de la cirera y no queríamos perdernos ese evento. Cuando llegamos, un señor muy amable no se si nos vio cara de perdidos o qué, pero nos invitó a dejar nuestras bicicletas en una bajo resguardadas, por lo que pudimos andar por los mostradores con la bicicleta a buen recaudo. Por supuesto, nos compramos nuestro basquet de cireres y nos pusimos hasta las cejas. Siempre me acordaré de aquel día que subiendo a La Sènia, a Ximo y a mí nos pilló en La Salzadella su feria de la cirera unos años atrás. Dieron ganas de quedarse allí, de la fiesta que había.
Reemprendimos la marcha camino de casa, y la siguiente parada fue Altura, donde coincidimos con un trail de montaña. Curiosamente, Jorge, nuestro arquitecto del coworking, es runner de montaña, y en esa carrera estaba su equipo, al que obviamente saludó. También tuvo una sorpresa, pero no voy a desvelar cuál fue…
Seguimos y seguimos, bajando y bajando, ya con toda la solana en el cogote, y con los brazos y piernas ya quemados. A la altura de Estivella, justo cuando la vía verde deja de serlo, decidimos tomarnos un café y resguardarnos del sol. Seguía quemando demasiado. De Estivella a Puçol, y de Puçol, por el camino que ya nos conocíamos todos de tantas veces camino de Alboraia, donde concluimos el periplo con una bien merecida horchata