Fin de semana de actividad social con los coworkers. Nuevamente, a los que nos gusta la bici, decidimos acabar aquel problema que inicialmente se nos había atragantado con La Sènia.
Quedamos Ximo, el delineante, y yo mismo para ir a ver en bici al Berbis a su pueblo de adopción. Llevábamos varios años intentándolo, pero no había podido ser, y después de una noche en un bar de copas, y con algunas de éstas de más, decidimos hacerlo realidad. Desde Valencia, era un reto.
Marqué la ruta sobre el mapa con la herramienta de Wikiloc destinado a ella. No tenía ni idea de por dónde nos meteríamos, pues la mejor de las pistas forestales aparece marcada en google exactamente igual de fea que la más mala, así que no tenía muy claro qué resultaría. Ya lo había hecho alguna vez. En general, el 80% de lo que marcas es correcto, pero del otro 20%, acabas echando pestes, no sabes muy bien de quién, si de ti mismo, del inventor de google maps, o del sr. González, aquel que recibía las culpas de todo en los 90. Esta vez no iba a ser menos. La diosa Fortuna quiso que gran parte del trayecto que marqué fuese, sin saberlo, la Via Augusta, lo cual ayudó bastante, pues está en muy buen estado.
Así que, cargados con nuestros bultos, bicicleta incluida, quedamos en la estación del tren a las 08:00, sin tener muy claro si el revisor nos dejaría subir al tren, pues nadie del servicio de atención al cliente de Renfe había sido capaz de darme la suficiente tranquilidad al preguntarle si se podía subir con las bicis al tren. Sin problemas aparentes en el tren, y con la inestimable información en referencia a la dupla tren-bici que nos dio un tipo muy curioso que me recordó a un viejo amigo, llegamos sin más contratiempos a Torreblanca, eso sí, con el tren lleno de gente, y nuestras bicis dando por saco.
En 10 minutos, nos preparamos y arrancamos nuestra jornada. Habían anunciado altas temperaturas. No en vano, en el mes de agosto se supone que lo normal sean altas temperaturas, la canícula que le llaman. Hacía calor, aunque se podía soportar bastante bien. En bicicleta, el calor es un poco engañoso. Si vas para arriba, es horrible, pero llaneando y hacia abajo, la brisita que tú mismo te generas con el movimiento, es impagable. A veces, hasta deseas tener viento en contra. Así, de esta guisa, la ruta la pinté pasando por varias poblaciones, donde seguro no íbamos a tener ningún problema para cargar agua. Por estas latitudes no te la puedes jugar a pensar que cualquier fuente que esté marcada en medio del monte va a tener agua. Aún así, la previsión inicial era hacer parada en la piscina de La Salzadella durante las horas centrales del día, esas que cuando hay ola de calor, siempre sale el iluminati de turno en el telediario de las dos (bueno, y en el de las nueve también) diciéndote que no salgas a esas horas, que te hidrates, y que si es posible, vayas por la sobra. Vaya generación hemos creado. Es como un insulto al sistema educativo español. Si tenemos que avisar de que cuando hace calor lo mejor es beber agua, caminar por la sombra y no hacer deporte, realmente me preocupa. La gente ya nace sin la intuición de que debe ser así?
Volviendo al viaje, de Torreblanca llegamos a Les Coves de Vinromà por una carreterita bastante poco transitada. Nada más empezar, la carretera ya se empina. Decidí jugar a contar la basura que habían en las cunetas: latas vacías, bolsas que algún día contuvieron papas y variaditos del estilo, botellas de agua… A los dos minutos, cuando llevaba al menos 500 unidades contabilizadas, dejé de hacerlo. Qué guarros somos, carajo! Cómo es posible tal cantidad de mierda acumulada en la cuneta! Al pasar la primera rotonda, vi que la media de la mierda acumulada bajó sensiblemente. Fue entonces cuando intuí que en algún momento no muy lejano en el tiempo, ese trozo de ruta que acabábamos de pasar debió coincidir con alguna carrera de algo, probablemente de bicicleta, y los guarros de los espectadores decidieron que la mejor manera de homenajear a los corredores era dejarlo todo lleno de basura. No me sirvió de excusa. qué guarros somos, carajo! Afortunadamente, el resto de la ruta ya no fue así.
Este trozo de ruta que estábamos rebasando, es el que salva la cadena montañosa que separa la costa del valle por el que se dibuja la CV-10, probablemente uno de los ejes viarios más importantes de Castellón. Al pintar la ruta, entendí que deberíamos circular por ese valle, aunque evitando en la medida de lo posible precisamente la CV-10, muy transitada de vehículos. Esta primera etapa es un sube-baja continuo, así que al llegar a Les Coves, en una bajada alucinante, hicimos la primera paraeta y almorzamos. Yo llevaba un tuper con ensalada de pasta que me sobró del día anterior, y cayó casi entero. Había montada una atracción de feria para niños de esas que acabas chopado hasta arriba. Qué envidia no poder tirarnos por aquel tobogán. Así que cargamos agua, nos mojamos bien, y seguimos hacia adelante.
A partir de aquí empezó a complicarse el camino. En esta siguiente etapa, desde Les Coves hasta La Salzadella, es donde se concentraron la mayor parte de ese 20% de pistas y caminos infumables que llevaba marcados en el rutómetro, pero bueno, sin muchos contratiempos, soltando algún taco más de la cuenta y deshaciendo de vez en cuando nuestro camino por errores en la ruta (vaya día tuvimos), llegamos sin más a nuestro destino, no sin antes pasar por el Mas d’en Rieres, cuyo tesoro más preciado fue la fuente de su placita. Y es que en cada fuente del camino lo de pararse y refrescarse era una obligación o necesidad. Ahí fue donde descubrimos que la manera de ir más cómodos sería empapando totalmente la camiseta en agua, tipo “miss camiseta mojada” o algo así, pues era la mejor forma de mantenerse algo fresquito durante al menos algunos kilómetros.
La Salzadella estaba marcada a fuego como la atracción principal de la ruta: había piscina, y la intención era pasar las horas centrales del día en ella, por aquello de evitar el calor. Una vez localizada la piscina municipal, nos llevamos una bonita decepción, pues las bicis debíamos dejarlas fuera, con el peligro de que nos las birlasen. Viendo el gesto de mi compañero de ruta y coworker Ximo, que acababa de comprarse bici, decidimos seguir adelante hasta Sant Mateu, que no quedaba muy lejos, y probar suerte en la piscina de allí.
Al reanudar la marcha, descubrimos La Vía Augusta, lo que fue una suerte, pues nos llevaba directamente a Traiguera, todo perfectamente señalizado. La Via Augusta es un camino que se ha recuperado, habitualmente con escaso tránsito rodado, por no decir nada, y en perfecto estado, a veces asfaltado y a veces no. Por suerte está marcado con unos mojones especiales, a veces de cemento y grandes, otras veces con pintura en el pavimento, pero no tiene pérdida seguirla.
Desde La Salzadella hasta Traiguera, el pueblo que nos pilló en el medio es Sant Mateu. Una vez localizada la piscina, estaríamos alrededor de dos horas y media disfrutándola. Fue duro el momento de reemprender la marcha, con lo bien que se estaba. Eso sí, la cervecita que nos despachamos fue de las que hacen que realmente aprecies lo buena que está este preciado líquido elemento en determinadas circunstancias. Prácticamente por toda la ruta, pero especialmente entre La Salzadella y Traiguera, pudimos observar los espectaculares olivos, algunos de ellos milenarios, que estuvieron acompañándonos. Me sorprendió tremendamente que uno de ellos estuviese fechado exactamente en el año 833, en pleno dominio musulmán de la península ibérica. No se quien se habrá inventado esa fecha, o qué método se habrá utilizado para poder asegurar que el olivo es justamente de ese año, pero me faltó leer, para completar la fábula, que lo plantó Abderramán-Al-Hacic, el sobrino de Abderramán II, y en su tumba escribió aquello de “para que los habitantes de esta tierra en el siglo XXI sepan de quién es este olivo…” Bozinga, como diría aquel …
Ya en Traiguera, nos encotramos con unos niños que parloteaban una mezcla de rumano-castellano-catalán digna de estudio. A punto estuve de fichar alguno para el coworking, que sirvieran de intérpretes. Hubo que preguntarles de donde eran, y como era previsible, había niños de Traiguera, y otros de Rumanía.
La última etapa, desde Traiguera a La Sènia fue la que más pesada se hizo. Además, tuvimos dos problemas que no ayudaron demasiado. El primero, que el móvil creo que no acababa de ir bien, probablemente debido a las altas temperaturas, por lo que el gps marcaba lo que le daba la gana. Si sucede eso cuando estás en un sitio que no controlas demasiado, así como en mitad de la nada, pues incluso puedes llegar a agobiarte. El segundo problema, debido a un exceso de confianza nuestro. Como en la visual ya divisábamos La Sènia, decidimos obviar la ruta que marcaba el gps y tirar por el camino del medio. Gran error. Todo fue bien hasta que un barranco con muy mala leche se nos puso por medio. Nos costó una hora franquearlo. Eso, que el gps no acababa de dejarnos en el sitio, el sol que ya nos achicharraba demasiado a esa hora, y que en ese tramo, aunque parece que no, pero se va subiendo muy lentamente, hicieron que a Ximo se le hiciese largo el final del día, y a mí me puso de mala leche.
Sin más contratiempos, llegamos a La Sènia, o más bien, a Les Cases del Riu. Curiosamente, este pueblo está pegado a La Sènia, aunque uno es de la provincia de Castellón, y el otro de la de Tarragona, separados por el riu Sènia, fronterizo entre Catalunya y la Comunitat Valenciana. Con algún malentendido final, conseguimos llegar a casa del Berbis, que muy amablemente nos cedió espacio en su casa. La ducha en la terraza de su casa, con ese agua tan fría de La sènia, inmejorable. Y la cena, como siempre, espectacular