Cuando hace ya más de un mes pacté vía contrato de arras la venta de mi hogar de siempre, ese al que me fui desde que salí del lecho paterno, se me generó un problema (efecto colateral) que nunca había sufrido: qué hago con todas mis cosas. La respuesta parece fácil: llévatelas a tu nueva casa, pero en este caso, mi nueva casa va a tardar algunos meses, y me voy de prestado a otra con lo puesto. Una mudanza es una oportunidad perfecta para tirar todo aquello que te sobra, que dicho sea de paso, puede ser perfectamente el 90% de tus pertenencias, sí, sí, el 90% de lo que tienes en tu casa lo puedes tirar y seguirías siendo igual de feliz, y no echarías nada en falta. Como tirar las cosas suena un poco salvaje, hoy en día existen muy accesibles plataformas (virtuales y reales) para venderlo todo, o incluso para donarlo.
La mudanza la afronté con pánico. La única que he hecho en mi vida, cuando vivía con mis padres todavía, se me hizo eterna, pesadísima y guardo mal recuerdo de ella. En particular, recuerdo un despacho que era una especie de depósito-vertedero que nunca se acababa de vaciar. Si a los diez minutos de haber empezado a vaciarlo, de cada diez cosas, guardabas siete y tirabas tres, tres horas después, de cada diez cosas, tirabas nueve y te quedabas una, y la guardabas porque si tu padre te veía tirarla, te echaba la bronca. Así son las mudanzas.
La mía la empecé con la ropa. Con la ropa, hay que tomar una decisión importante: lo que hace más de un año que no te has puesto, tíralo. Así de simple. Así lo hice. Después de rebuscar en todos los armarios y seleccionar la ropa para tirar, mi cama se encontraba con al menos dos metros cúbicos de ropa que ya no usaba. La eché al contenedor de la ropa usada. Menuda bronca me llevé en facebook por mis contactos! Después ya vino lo de empezar a tirar el resto de cosas. Aquí, por suerte, el portero de la finca me dijo que le dejara absolutamente todo a su alcance, que siempre existe gente que recoge lo que uno tira, y así efectivamente lo hice. En la plaza de garaje le iba dejando todas las cosas que ya no quería, y él, supongo, las reciclaba: al contenedor, al chico de la bicicleta que rebusca en el contenedor, él mismo se quedaba cosas, y hasta un profesor del complejo creo que se quedó uno de mis mapamundis y una de las láminas tamaño A0, que en su día me parecieron muy bonitas, pero que ya ni sabía que existían. A la hoguera!
Más tarde empezamos con Wallapop. Una secadora, una cama plegable, el sofá, un traje de neopreno, unas botas de moto, un espejo, unas mesas, el comedor, una fundí… Si realmente quieres quitarte de encima las cosas, tienes que poner precios irrisorios. Wallapop es un mundo. Me recordó un poco la mili, donde te encuentras de todo porque todos cabemos ahí. La secadora la anuncié en facebook a mi entorno y nadie la quiso ni regalada. En Wallapop, especialmente gracioso fue aquel que, estando anunciada a 50€, aún quería regatear más. Aún más? Le espeté. Me planté. Me pareció demasiada tomadura de pelo.
El sofá fue más curioso. Vinieron a verlo unas chicas que les gustó, y me comentaron que en una hora iban a por una furgoneta para llevárselo. Sigo esperándolas. Ni contestar al chat ni nada. Con lo poco que cuesta decir que no. Vaya educación. Hubo otra chica que me hizo mucha gracia también. El sofá es bueno. No recuerdo lo que me costó, pero creo que rondaría los 1.000€. Yo hace tiempo que intento deshacerme de él, y la mudanza fue la excusa perfecta. Lo puse a 60€. Estaba para limpiar, pero aparentemente en buen estado. En el pack añadí un puf. La chica me preguntó que cuánto valía el puf. Te lo dejo en 40€. Se extrañó. Tampoco se mucho cuánto valorar un sofá y un puf, que juntos valen 60€, si los vendes por separado. Le dije: ponle precio y te lo llevas. Sigo esperando respuesta…
Lo del espejo fue de traca. Más que un espejo, era una especie de mueble, donde el espejo medía 200×160, o sea, nada fácil de transportar. A 65€ lo anuncié. Me contactó uno que me dijo que si se lo llevaba a su casa, me daba 50€. Claro, no lo mandas a tomar viento porque eres una persona educada. Y eso, por no hablar de las faltas de ortografía. Finalmente, la persona que se lo llevó me pagó 70€, cinco más de su precio. Es lo que tiene no llevar un billete de cinco encima. Pero lo mejor fue la pila de la cocina. La anuncié a 1€ con la idea de regalarla, a cambio de que quien la quisiera, viniese y se la llevase. Una pila es un objeto pesado, y me la quería quitar de encima. Todos los que contactaban conmigo me preguntaban el precio, y yo les decía que se la regalaba. Hubo uno especialmente gracioso que, después de decirle que se la regalaba, me comentó si se la podía llevar a casa. Me dieron ganas de decirle si además quería que se la instalase… No se muy bien qué parte del trato no entendió… Qué jeta…
La moto, directamente me la cambiaban por una bicicleta eléctrica. Al de las mesas, sigo esperándole, como a las chicas del sofá. El de la cama plegable, lo mismo que el de la secadora, queriendo negociar a la baja 50€. La del comedor, también le dije que cuánto quería dame por la mesa y las sillas, y sigo esperándola. Debe estar con el de las mesas y las chicas del sofá. El último, el de la fundí (perdón, pero no sé como va escrito) fue curioso. Monté una especie de bodegón donde, además de la fundí, que era lo que yo quería vender, incluí una serie de botellas de ciertos licores, de esos que nunca te tomas en casa, pero que no sabes cómo van apareciendo en tu mueble bar. Me contactó una persona a más de 300 km. Como le tenía que embalar las cosas para enviárselas, le dije que no me salía a cuenta. Su respuesta fue: es igual, no me envíes la fundí. Mándame solamente las botellas. Pensé, vaya gente hay por el mundo!
Pero, como en la mili, también hay gente normal, y al final, todo se vendió a gente correcta, que afortunadamente, también existe, y mucha, en este planeta